Voz del Papa
Pbro. José Martínez Colín
Para saber
Decía San Agustín que la soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano. Los antiguos griegos definían la soberbia con una palabra que significaba «esplendor excesivo», pues es una auto-exaltación, engreimiento. En la ocasión pasada se trató sobre la vanagloria, la cual es como una enfermedad infantil en comparación con los estragos que puede causar la soberbia, comenta el Papa Francisco. Señala que el soberbio es aquel que cree ser mucho más de lo que es en realidad; aquel que se estremece por ser reconocido como superior a los demás, que siempre quiere ver reconocidos sus propios méritos y desprecia a los demás considerándolos inferiores.
Tan antigua es la soberbia que el pecado de nuestros primeros padres, relatado en el Génesis, estuvo impregnado de soberbia. Recordemos que el tentador les dijo: «…Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces ustedes serán como dioses» (Gen 3,5).La tentación era la absurda pretensión de ser como Dios. No obstante, hoy en día el hombre sigue pretendiéndolo, queriendo corregirle, sobre todo sus normas morales.
Para pensar
Le gustaba al santo Cura de Ars referir una historia sobre el demonio. Sucede que un día se le apareció el diablo a un ermitaño llamado san Macario y le dijo: “Tú no eres santo, pues todo lo que tú haces, yo lo hago también. Tú ayunas, y yo no como nunca; tú velas en las noches, y yo jamás duermo…” Sin embargo, el santo le dijo: “Te equivocas. Yo hago una cosa que tú nunca haces, ni vas a hacer”. El demonio intrigado le preguntó: “¿Y qué es?” Le contestó san Macario: “¡Humillarme!” El diablo lo dejó en paz sabiendo que, efectivamente, su soberbia le impedía humillarse. Por ello afirma santa Teresa de Jesús: “El demonio puede hacer poco daño, o ninguno, si el alma es humilde”(Moradas 6, 3, 16).
Para vivir
“Un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”, decía el escritor Gabriel García Márquez. Y es verdad, incluso físicamente suele notarse la soberbia, pues mira desde arriba, con altivez; con facilidad juzga despreciativamente: por una nadería, emite juicios irrevocables sobre los demás, que le parecen ineptos. Se olvida que Jesús nos pide no juzgar nunca, recuerda el Papa Francisco.
Además, una persona orgullosa no acepta una pequeña crítica constructiva, o un comentario inofensivo, pues reacciona de forma exagerada, como si ofendieran su majestad: monta en cólera, se enoja. Así arruina las relaciones humanas, haciéndose imposible hablar con ella, y mucho menos corregirla. Este vicio destruye la fraternidad, porque no trata a los demás como iguales, sino como inferiores y emite juicios en contra de ellos. Por ello, la soberbia es la reina de todos los vicios.
El Evangelio nos da lecciones. Pedro alardeaba de su fidelidad, pero pronto niega de Jesús y experimenta que es como los demás. Ya arrepentido y humilde, el Señor sigue confiando en él y le confía el peso de la Iglesia. El verdadero remedio para toda soberbia es la humildad. Pidamos la gracia de desterrarla sabiendo que Dios sigue confiando también en nosotros.
José Martínez Colín es sacerdote, Ingeniero (UNAM) y Doctor en Filosofía (Universidad de Navarra). (articulosdog@gmail.com)